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​Los orígenes judíos de la Iglesia

Por Francisco Martínez

Del libro: “La Salvación viene de los Judíos”

Derej ha Shem

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Se permite una copia parcial si se especifica la fuente y el autor.

El Abismo de Separación


     La cristiandad de hoy observa sin asombro alguno el abismo existente entre la Sinagoga y la Iglesia. Y supone que desde el principio ocurrió así. Asume que la Biblia está compuesta de dos pactos opuestos. Cree que el Nuevo Testamento avala el nacimiento de una nueva religión, el cristianismo, y que este documento fue escrito originalmente en griego alejandrino, también llamado koiné. En consecuencia, afirma, su interpretación debe darse dentro del marco cultural grecolatino. Teoriza que el Mesías de Israel se llamaba Jesús o Jesucristo, que fundó la Iglesia, liberó al mundo del pesado yugo de la Ley Judía, y estableció el domingo como Día de Guardar. Arguye que el Eterno rechazó al pueblo judío con el propósito de levantar a un “Israel espiritual”. Considera que el judaísmo era, es y será una religión legalista. Asume que los judíos mataron a Cristo. En fin, la cristiandad asume muchísimas cosas porque simple y sencillamente no ve las cosas como son sino como ella es. La cristiandad, eligió su propia historia o más exactamente confeccionó su propia imagen y bienestar a partir de aquellos aspectos históricos que le prometían grandes satisfacciones, incluyendo la glorificación final de sus doctrinas. 

   

Historia Vitae Magistra” la Historia es la Maestra de la Vida


     La historia judía de la Iglesia es más profunda, más variada, más rica, y más terrible que todo lo que se ha dicho hasta hoy. El pueblo cristiano necesita y quiere saber acerca de su pasado hebreo sin distorsiones ni omisiones; sin ese ciego triunfalismo que emplean los libros de historia eclesiástica para adoctrinar a sus estudiantes con antisemitismo. La dificultad, por supuesto, con esta filosofía delirante es que la historia pierde su valor como un incentivo y ejemplo. La sociología nos recuerda constantemente el poder del pasado como herramienta de entendimiento y corrección. En el caso particular de la Iglesia, su pasado hebreo es tan infinitamente relevante como fácilmente comprobable. Tanto y en tal extensión que cualquier consulta seria a los documentos originales: El Nuevo Testamento (Brit ha Dashá), la literatura hebrea de la época, los escritos de los primeros Padres de la Iglesia; además del testimonio de la historia y la arqueología mostrarán un cuadro completamente diferente al sugerido por la antigua tradición: Hubo un tiempo que los judíos y cristianos marcharon juntos, adoraron juntos, y creían exactamente lo mismo. Hubo un tiempo que los cristianos fueron judíos. 
Los hechos que podrían citarse son muchos y variados. Esparcidos aquí y allá en fragmentos o en conjuntos aparentemente inconexos, y casi siempre, cubiertos de oscuridad. Sepultados por dos milenios de tradiciones paganas, cristianas y judías medievales. Llegar hasta ellos requiere oración, ayuno, paciencia, humildad y una ingente cantidad de estudio, pero están ahí. Corresponde al investigador amante de la honestidad actuar con una mente abierta y madura, sin aceptar ni rechazar nada en bloque; analizando el todo al igual que sus partes, para luego determinar la validez del testimonio.

Evaluando la Evidencia


     Los primeros nombres empleados para designar al movimiento fundado por Jesús (Yahushúa ben David) fueron hebreos. En el libro de los Hechos aparece נצרים (notzrim) o “nazarenos”, derivado del título aplicado a Jesús por las masas (Mt. 26:71; Mr. 1:24; 10:47; 14:67; Lc. 4:34; Jn. 18:5,7; 19:19). Su aceptación por propios y extraños al movimiento era tan pronunciada que Shimón ben Yonáh (Pedro) lo empleó para exhortar a las multitudes reunidas en Templo, durante el servicio matutino del día de Pentecostés (Shavuot): “¡Jesús el Nazareno a quien Yahwéh ha levantado!”, (Hch. 2:22). 
     Paralela a la expansión del movimiento que revolucionó al judaísmo surgió otra designación, הדרך (Ha Derej) o “El Camino”, (Hch. 24:14, 22). Un término bastante antiguo proveniente de la Alianza Abrahamica y posteriormente desarrollado en la profecía mesiánica hebrea. Su significado básico es “judaísmo”, “forma de vida”, y “línea de conducta”. En el sentido técnico significa “prácticas y creencias religiosas hebreas” y “aquello que llena la mente, gobierna el corazón y guía los pies del israelita”. En el judaísmo del siglo I era además entendido como “secta” y a veces como “escuela rabínica”. Cuando Yahushúa Rabenu reclama ser “El Camino” (Jn. 14:6). Él está declarando ser la viva esencia del judaísmo, no su abrogación. Años después, el rabí Shaúl ha Tarsí (Pablo) testificó ante el procurador Félix acerca del “Camino que ellos llaman herejía” (Hch. 24:14).
     Epifanio de Salamina, un historiador de la Iglesia expone en sus crónicas que antes que los creyentes fueran llamados Χριστιανός, (cristianos), por un breve espacio de tiempo fueron conocidos como Ιεσσαϊοι, (Iessaioi); posiblemente derivado del nombre de Ιησους, (Iesús). El título “cristiano”, cuya traducción más aproximada sería “mesiánico” fue acuñado en la ciudad de Antioquia, en la actual Turquía, por aquellos gentiles que no formaban parte del movimiento, (Hch. 11:26). El seudónimo no gozó de amplia aceptación hasta la época en que fue escrita la Didajé (finales del siglo I y principios del II E.C.), siendo luego usado por Ignacio, Obispo de Antioquia, gracias a que el nombre era ya popular en esa ciudad. Con anterioridad a esos años y cuando el lazo de unión entre los gentiles y judíos creyentes era todavía fuerte los títulos más comúnmente usados por su sabor hebreo fueron “El Camino” y “los Nazarenos”.​

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